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Antonio Descalzo
Este pasado Sábado, se presentó en el Teatro de la Abadía (Fernández de los Ríos 42) Aurora Vargas Vargas (Sevilla, 1954) de blanco y plata. Espectáculo dentro de la programación de la decimonovena edición de la Suma Flamenca que organiza la comunidad de Madrid durante el presente mes y el comienzo del mes de Noviembre.
En esta ocasión, la artista sevillana se acompañó de Miguel Salado a la guitarra y de Javi Peña, Manuel Salado, Diego Montoya a las palmas y jaleos.
Comenzó por alegrías, cante festivo, que cada vez menos, sirve de arranque para los espectáculos flamencos
Cartel de no hay billetes para recibir a una de las figuras mas imponentes de la escena flamenca actual y más aún pretérita.
Comenzó por alegrías, cante festivo, que cada vez menos, sirve de arranque para los espectáculos flamencos, otros prefieren calentar su voz con palos más regios. Esta elección, era claramente una declaración de intenciones puesto que la artista se ha caracterizado siempre por proponer como base de sus espectáculos los cantes más felices y gozosos.
Soleares pusieron el segundo episodio a la tarde, con las cuerdas vocales ya más viscosas y húmedas interpretó letras a la figura de la madre, a lo que supone una perdida y al amor de un hijx.
Aurora, nacida en el barrio de la Macarena, rezuma una gitanería que llena el escenario. Su figura, sirve de attrezzo o de pantallas led en las que el espectador, puede dejar volar la imaginación y proyectar en ellas imágenes de la fragua, del rio, de una calle sin asfaltar, de una boda o de una cocina donde el cante y el baile llenaban los tiempos de los pucheros.
El acompañamiento de Miguel, fue sencillo, preciso, y en el que brilló su pulgar cuando la “alzapúa” fue la protagonista de las falsetas
“Que trabajito me cuesta a mi conseguir el bienestar” … cuantas veces se escucha hoy en día una frase como esta… imagínense en trabajito que le podría costar a ella. Sonaron esas palabras engarzadas en unos tangos interminables, con subidas, bajadas, idas y venidas. Se arrancó a bailar, cantó a capela, animó a Miguel Salado a que le diera “caña” a la guitarra y nos dejó varias muecas y sonrisas para el recuerdo.
El acompañamiento de Miguel, fue sencillo, preciso, y en el que brilló su pulgar cuando la “alzapúa” (técnica en la que el dedo pulgar de la mano derecha ejecuta pulsaciones en la cuerda de arriba abajo con velocidad) fue la protagonista de las falsetas. Un toque clásico que liga perfectamente para el aire viejo que propone Aurora.
Para finalizar, unas bulerías para las que la sevillana se ayudó de un precioso mantón negro de lunares tan grandes como su estampa. Bailó en ciertos pasajes del cante, sus dedos, sus muñecas y sus brazos dibujaron trazos circulares de gran belleza y sentimiento.
Cantó sin la ayuda del sonido y contra pronóstico le ayudó. La guitarra y las palmas bajaron el nivel de decibelios y eso permitió al público poder escuchar con más nitidez el final de cada estrofa. Las facultades algo mermadas de “La Vargas” ya no son las mismas y eso lo pudo compensar con su valentía y con el toque metálico de su voz.
Para despedirse, cantó a capella una pequeñita y muy sentida soleá y el “personal” respondió con una atronadora ovación y muchos de ellos puestos en pie.
Acertada propuesta de parte del festival y cabe decir que mejorable el aspecto técnico del recinto.
Recuerden que el flamenco no para hasta el día 3 de Noviembre.