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Con reservas sobre cómo acabe la formación del Gobierno en Francia, la caĆda de Michel Barnier nos proporciona algunas enseƱanzas que pueden ser extrapolables a otros paĆses y a otros continentes. Como es sabido, y yendo mĆ”s allĆ” de los errores de Macron por disolver la Asamblea Nacional despuĆ©s de las elecciones europeas, lo que ha ocurrido en Francia nos muestra unas tendencias preocupantes en los partidos conservadores tradicionales en todo el mundo. Dicho en pocas palabras, ante la tripartición de la nueva Asamblea Nacional (Nuevo Frente Popular, derechas tradicionales y Rassemblement National de Marine Le Pen), Macron prefirió formar un Gobierno minoritario de diversas derechas (incluido su partido, La RĆ©publique en Marche) antes que nombrar Primer Ministro a un representante del Nuevo Frente Popular, que en todo caso hubiera tenido que llegar a acuerdos con el partido de Macron. Todo ello para evitar que volviera a haber un Primer Ministro de izquierdas. Macron prefirió un Gobierno entre derecha y extrema derecha que estaba prisionero de Le Pen y a la que hizo toda clase de guiƱos y gestos amistosos. No le sirvió de nada, porque Le Pen, con buenos resultados en las elecciones europeas de junio y muy bien situada en todos los sondeos, ha preferido dejar caer a Barnier para demostrar que, o gobierna con todas las de la ley, o no apoya a otras derechas que, por otra parte, considera tibias.
El problema principal es que ante el real acenso de la extrema derecha en Alemania, Italia, Austria, Francia, Portugal, etc., la derecha tradicional, en lugar de defender su campo ideológico y programÔtico, ha entrado a competir con los extremistas
Sin perjuicio de que en los próximos dĆas se pueda formar en Francia un Gobierno con socialistas, ecologistas y el partido de Macron, La RĆ©publique en Marche (algo que ocurrirĆ” si Macron entiende que sólo sobrevivirĆ” como Presidente poniendo un cortafuego al Rassemblement National de Le Pen), el caso del Gobierno Barnier es muy caracterĆstico de un fenómeno que empieza a ser universal, pues de alguna manera se da en Europa, en AmĆ©rica y en Asia. Me refiero a la deriva hacia la extrema derecha que estĆ”n experimentando los partidos conservadores tradicionales.
Si entre 1945 y los aƱos ochenta del siglo XX se podĆa hablar de un pacto derechaāizquierda para asentar el Estado social y demostrar las excelencias de la democracia representativa frente a la dictadura comunista, la llegada al poder de nuevos dirigentes conservadores no vinculados al pasado y deseosos de desterrar toda idea de tolerancia con la izquierda (Reagan, Thatcher) mĆ”s el fracaso de los sistemas polĆticos comunistas que fueron incapaces de evolucionar, provocó, en su conjunto, una ofensiva de las derechas tradicionales contra la izquierda realmente existente (la socialdemocracia) que nos llevó otra vez a un escenario de confrontación derechaāizquierda como el que vivió Europa en los aƱos veinte y treinta del siglo pasado.
En la actualidad, esa confrontación ha dado un paso mĆ”s y la derecha no sólo se enfrenta a la izquierda con Ć”nimo belicoso y sin voluntad de pactos de Estado, sino que esa derecha tradicional se estĆ” haciendo cada vez mĆ”s conservadora y mĆ”s extremista y ademĆ”s ya no duda en aproximarse y pactar con las diversas extremas derechas que recorren Europa y el mundo. La noción del ācordón sanitarioā frente al fascismo, que la derecha practicó durante varias dĆ©cadas junto a la socialdemocracia, ha estallado en pedazos y las derechas ya no tienen escrĆŗpulos en pactar y gobernar con las derechas extremas y fascistas.
Un panorama similar tenemos en EspaƱa, donde el Partido Popular intenta competir con Vox en muchos campos y con el que gobierna en muchos Ayuntamientos
Eso explica la formación del Gobierno Barnier en Francia cuando Macron prefirió cortar el paso a la izquierda a costa de apoyarse (sin Ć©xito) en la extrema derecha. Eso tambiĆ©n explica los Gobiernos de coalición entre la derecha tradicional y la extrema derecha en los PaĆses Bajos, en Suecia, en Finlandia y en Italia. PodrĆa aducirse que esos Gobiernos eran inevitables dada la pujanza de la extrema derecha, pero se puede ver de otra manera: porque la derecha tradicional ha renunciado a los cordones sanitarios que forman esas coaliciones. Veamos el caso contrario, en Austria, donde el Presidente de la RepĆŗblica, Alexander van del Bellen, ha impuesto el cordón sanitario a la extrema derecha, al Partido de la Libertad, FPĆ.
El problema principal es que ante el real acenso de la extrema derecha en Alemania, Italia, Austria, Francia, Portugal, etc., la derecha tradicional, en lugar de defender su campo ideológico y programĆ”tico, ha entrado a competir con los extremistas sin entender que ese ascenso de los fascistas o parafascistas procede de sectores antisistema que antes votaban a los comunistas. El resultado es un endurecimiento de los partidos conservadores en todo el mundo: Manfred Weber en el Parlamento Europeo, la nueva lĆder conservadora en el Reino Unido, Kemi Badenoch, el sometimiento del Partido Republicano de Estados Unidos al extremismo de Trump y, como acabamos de ver, el intento de golpe de Estado del Presidente conservador de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol. A dĆa de hoy, la derecha tradicional y la derecha extremista se aproximan y compiten en su oferta programĆ”tica, sin que sepamos hasta dónde van a llegar.
Un panorama similar tenemos en EspaƱa, donde el Partido Popular intenta competir con Vox en muchos campos y con el que gobierna en muchos Ayuntamientos. Esa competición es particularmente visible en la Comunidad de Madrid, pero sin llegar a los extremos destructivos y fanatizados de esta Comunidad Autónoma, en toda EspaƱa, y en la dirección nacional del Partido Popular se detecta esa preocupante deriva. Por eso, ante esta situación sólo la izquierda democrĆ”tica es, hoy por hoy, la guardiana de la democracia. Pero el esfuerzo a que estĆ” llamada la izquierda es muy intenso, en lo ideológico, en lo programĆ”tico y en la acción del Gobierno, porque tiene que demostrar ante la ciudadanĆa que trabaja no sólo por defender sus intereses sino por acrecentar el Estado social contra una derecha voraz y destructiva.