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Celín Cebrián | @Celn4

El miércoles día 11 del 2025 murió a los 82 años el músico californiano, criado en Hawthorne junto a sus dos hermanos Carl y Dennis, además de su primo Mike Love y su amigo Al Jardine, con los que formó en la secundaria The Bech Boys, una de las bandas más importantes de los EE.UU, un prodigio del pop, sobre todo durante esos cuatro años, de 1962 a 1966, en los que compuso las canciones más alegres del rock, con himnos al sol, al surf, a las chicas bronceadas…, llegando a vender más de 100 millones de copias y lograr meter 30 discos sencillos en el Top de los 40.
Su historia es una historia de música, familia y amor, pero también la historia de una enfermedad mental, además de un relato de supervivencia
Autor, compositor y productor, al que unos lo definen como un dios y otros como el Mozart de la música pop, que en el momento de su muerte se encontraba bajo tutela judicial, y cuyos asuntos personales y temas médicos estaban en manos de sus representantes legales de toda la vida: Jean Sievers y su mánager LeeAnn Hard. Uno de los grandes románticos del rock, el último superviviente de tres hermanos músicos, un chico prodigio que después se enfrentó a sus demonios, consumido por las drogas, psicológicamente indefenso y exprimido por un terapeuta, el Dr. Eugene Landy, que, una vez que Wilson fue diagnosticado por trastorno esquizofrénico, ejerció sobre él un poder incomprensible, manipulándolo hasta límites insospechados, hasta que en 1991, tras una denuncia de la familia, se le impidió acceder al doctor a los asuntos de Brian.
Su primer matrimonio con la cantante Marilyn Rovell terminó en divorcio, algo que le distanció de sus hijas, Carnie y Wendy, las mismas que más tarde le ayudarían a formar el trío pop Wilson Phillips. Su vida se estabilizó allá por 1995, tras su matrimonio con Melinda Ledbetter, con quien tuvo dos hijas más, Daria y Delanie, que más tarde se unirían las cuatro para cantar juntas en el álbum The Wilson de 1997. Lo cierto es que Brian Wilson se convirtió en uno de los artistas más influyentes del mundo. Era un hombre alto y tímido, que, además de componer y producir, tocaba el bajo, si bien estaba algo sordo por las palizas que le daba su padre, con una sonrisa torcida, y que, a partir de las influencias de Chuck Berry y los Four Freshmen, creó un sonido delicioso, magnífico, inconfundible. De tal modo que, las canciones de The Beach Boys, han perdurado desde aquellos tocadiscos y radios hasta convertirse en una música inolvidable e imprescindible. Una banda que sobrevivió a toda la historia y a toda su problemática, algo que no es nada sencillo conseguir. Y esto fue así porque Brian Wilson, con su ambición, con las dotes musicales que tenía, elevó al grupo más allá de cualquier fantasía. Ya de niño, tocaba el piano y enseñaba a sus hermanos y amigos. Ensayaban en la habitación de Brian o en el garaje de la casa. Al principio era una música instrumental. Su primer sencillo fue Surfin, lanzado en 1961. Querían llamarse los Pendletones, pero, al final, acabaron llamándose The Beach Boys, con una música que ya por aquel entonces reflejaba sus diferencias personales. Uno hacía un falsete, otro dominaba las canciones rápidas…, y así, hasta que Brian tomaba el control. Era tal el estrés y el agotamiento que, en 1964, sufrió una crisis nerviosa. En aquella época era la respuesta a los Beatles, con la sana intención siempre de superarlos. Por eso en Pet Sounds y en el sencillo Good Vibrations, contrataron a Tony Asher, un letrista, y utilizaron varios estudios de grabación, y docenas de músicos e instrumentos, incluso violines y clavicémbalos, culminando con la grabación de un disco que tenía un montaje psicodélico inesperado. Los resultados fueron muy buenos. Fue cuando todas las miradas se posaron en Wilson y su futura obra maestra: Smile. Como dice Claudio Vergara “Wilson empujó al pop hacía pequeñas sinfonías dotadas de una arquitectura colosal, llena de detalles, timbres, armonías, orquestaciones y juegos vocales”, que tuvieron influencias en otros músicos, incluido Paul McCartney.

Surfin USA fue el sencillo que catapultó en 1963 a los Beach Boys al éxito, con un sonido fresco y juvenil. Luego vinieron Surfer Girl, Little Deuce Couoe, All Summer Long…, en tanto que sus letras y sus melodías se iban sofisticando, también se iban alejando de aventuras adolescentes… Y, del mismo modo que los Beatles se fijaron en Bob Dylan, Brian Wilson se fijó en el trabajo que hacía el productor Phil Spector, sobre todo con su muralla de sonido, que vendría a nutrir los nuevos aires de la banda. Cuando los de Liverpool lanzaron Rubber Soul en 1965, Wilson se embarcó en una carrera por conseguir algo más grande, más majestuoso… Y así surgió Pet Sounds, con una portada icónica de animales y un viaje a otro universo. Fue su techo como artista. Y en 1966, intentando no perder la estela de Lenon y McCartney, contrató al letrista Van Dyke Parks. Pero por ese tiempo también fue cuando empezaron las paranoias, las manías, las ínfulas de grandeza…, llegó el consumo de drogas alucinógenas…,el LSD… Eso sí, aun a pesar de componer en ese estado, llegó a concebir otra joya: Good vibrations. Llegó un momento en el que, el hombre que había revolucionado el pop a su manera, se tuvo que dar espacio, tan lleno de sombras como estaba. Fue en los 90 cuando llegó su renacer más absoluto. De alcanzar el cielo a descender a los infiernos. Su horizonte, su deseo no era otro que emular al productor Phil Spector y ese tema, Be My Baby, por el que sentía una devota fascinación, hasta el punto que llegó a afirmar: ―”Gran parte de mi música ha sido la vía para tratar de librarme de todas esas voces. Cuando entro en el estudio surge la música y cesan las voces. Es algo mágico”. Era la asombrosa metamorfosis de un genio, el de un espíritu atormentado a un músico capaz de crear los acordes más complejos y bellos que hayamos podido escuchar. En sus memorias se habla de un momento irrepetible: después de la publicación de Pet Sounds y de recibir la felicitación de John Lennon, antes de que Sgt. Pepper viera la luz, Paul McCartney se plantó en su casa de Bel Air para que escuchase su nuevo proyecto: era la cinta de She?s Leaving Home. Era difícil comprender el efecto que su música tenía en la gente.

Su historia es una historia de música, familia y amor, pero también la historia de una enfermedad mental, además de un relato de supervivencia. Pero es más, y todo hay que decirlo, pese a su frágil apariencia, sobrevivió a todo, incluida la desaparición de sus hermanos, a las demandas de su primo, y nunca perdió la ilusión por componer y por sentir el calor del público. Al Jardine, amigo de la infancia y miembro de The Beach Boys, llegó a decir que Wilson era “un gigante musical, un verdadero caballero, un verdadero intelecto musical, que enseñó al mundo a sonreír”. Y añadió: ―”En los inicios, la banda que habíamos creado con los tres hermanos y su primo, Mike Love, era una familia feliz. Empezamos de una forma muy humilde, cantando temas domésticos, de coches, de chicas… Brian nos enseñó a componer creativamente, a sacar nuestra energía… Sabía cómo sacar lo mejor de nosotros. Fue un maestro, un gran mentor. Lo era todo”.
