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El espectáculo de la toma de posesión presidencial del nuevo inquilino de la Casa Blanca ha sido apoteósico y delirante, al más puro estilo circense fascista para ricos, ultrarricos y ultrahumanos, pero no divinos precisamente. Como hubiera dicho Chávez, el venezolano odiado, pero no odioso, se olía a azufre en esa reunión de gentes con la F por delante: fanáticos, fascistas, feroces, funestos, falsos... y feos. Por dentro y por fuera los "protas"; y el resto de la comparsa, por un estilo y con el relieve que corresponde a las comparsas.
No tengo nada contra las comparsas. En Elda, las he visto muy rumbosas y divertidas. Aquí solo parecen componentes de un aquelarre grotesco y siniestro, más propio de las pinturas negras de Goya que de la toma de posesión del presidente de un país cuyo pueblo no se lo merece (el inteligente, claro).
En cualquiera de sus versiones —y la de Trump es tan propia de un Torquemada como de un Hitler— el fanatismo es un virus corrosivo y, en este caso, una amenaza a gran escala. Comienza como todos: en la mente individual, pero, de extenderse, puede terminar en una verdadera pandemia mundial por el efecto contagio sentimental. Y lo estamos viendo: las aclamaciones de las masas idiotizadas en el estadio y los saludos fascistas del nuevo Goebbels junto a Trump nos retrotraen a las explanadas alemanas y a la plaza de Oriente en España.
Buscando el núcleo del virus fanático
Si quisiéramos aproximarnos a una de esas mentes y extraer de ellas las capas de prejuicios, desinformación, rechazo a la racionalidad, egocentrismo, desprecio al diferente, miedo, inseguridad, y buscáramos el núcleo de todo el conjunto, encontraríamos un alma atormentada y dispuesta a atormentar: a un enfermo que no reconoce o que simplemente ignora su enfermedad o a un ciego que se deja guiar por otro ciego creyendo que este ve.
El fanatismo que se nos propone con estos nuevos actores de la política es como una hidra venenosa con varias cabezas
El fanatismo que se nos propone con estos nuevos actores de la política es como una hidra venenosa con varias cabezas que contribuyen con su veneno a gangrenar la estructura política, social, económica y cultural mundial, el derecho a la vida, a la libertad y demás derechos elementales del género humano, de las criaturas de la naturaleza y la justicia climática. Utilizando un lenguaje aceptado, representan al "lado oscuro" o, si lo prefieren, si fuesen creyentes, el de los enemigos de Dios y de su creación.
La praxis fanática y la contraria
"Ata, separa y domina" son los fundamentos del satanismo práctico tanto en la política como en las relaciones interpersonales, al contrario del principio "Une y sé", que, este sí, es divino, y el único que puede garantizar un futuro digno para todos. Unidad, libertad, igualdad, fraternidad, justicia, son las necesidades a las que aspira la parte más consciente del género humano y por la que tantos de nuestros familiares, incluso, han dado la vida no hace tanto para evitar a personajes como estos que acaban de tomar el mando en la política norteamericana, y que tienen sus émulos en media Europa.
La hidra fanática alcanza su expresión física siempre en forma de capitalismo, da igual cómo se llame, y forma estados autocráticos con disfraz democrático al uso, o sin disfraz alguno, lo mismo que ocurre con esas iglesias que se autoproclaman cristianas, como la católica y la luterana con todas sus variantes internacionales, sus biblias, templos y toda clase de popes, ceremonias, ritos y supersticiones ad hoc, donde la jerarquía siempre es piramidal. El falso cristianismo y la falsa democracia se parecen poco a lo que dicen representar.
Que el capitalismo en que se sostiene el mundo y estos hipócritas forman el núcleo duro del virus que enferma a la humanidad, corrompe y vampiriza las relaciones de producción y las relaciones entre personas y países y ataca a toda forma de vida del planeta, es algo más que evidente hace siglos. Otra cosa es que estemos sufriendo los efectos de su veneno sin dar con un remedio efectivo por no haber dado aún el salto de conciencia personal preciso a escala mundial para "pasar de pantalla", como sucede en los videojuegos. Por ese motivo siguen vigentes todas las lacras que tenemos que soportar: sus variadas formas de opresión y explotación laboral, personal o doméstica, la extracción salvaje de recursos, el machismo, la sumisión y el deterioro ambiental, que nos muestra hallarnos en una civilización incapaz de dar ese salto desde el egocentrismo del yo al nosotros, con lo que el mundo se articula en base a tendencias inferiores y regresivas. Esto es determinante, porque explica sin ir más lejos el porqué del fracaso del cristianismo originario y del comunismo.
El nivel de conciencia determina al mundo
Un nivel de conciencia determinado determina las relaciones personales tanto como las colectivas en todos los aspectos, por lo que la liberación colectiva solo será posible, como es natural, en la medida en que cada uno, una vez superado su egocentrismo, sea capaz de exigir lo que en justicia se nos debe, si es que se nos negase: todos esos derechos que se nos quieren eliminar por el nuevo déspota de la Casa Blanca y sus monaguillos ultrarricos al servicio, todos ellos, de la oscuridad.
Como contrapunto, las leyes de la igualdad, la libertad, la unidad y la fraternidad, que conducen a la justicia, son la expresión de la ley universal del amor altruista. Sin amor no hay cambios ni personales ni sociales, y tal vez este es un buen momento para reafirmarnos en la defensa de esos principios, hoy más amenazados que nunca, que representan históricamente las metas más altas que la humanidad ha llegado a concebir, y que nos permitirían dar ese salto evolutivo sin el cual la vida colectiva sufrirá bajo el dominio de bandas de ultras que no parecen sino locos del Marat/Sade que han saltado las tapias de un manicomio.